Editorial Semanario LaOtraVoz Tacuarembó
Viernes 20 de octubre de 2017
Por: Miguel Ángel Olivera Prietto
La Organización de Prensa del Interior (OPI) realizó su Asamblea Anual Ordinaria en Paso Severino, Florida, el fin de semana pasado. Desde Tacuarembó concurrimos LaOtraVoz, Tacuarembó Ahora y La Tribuna (Paso de los Toros) así como varios representantes de otros medios del interior.
Entre los temas abordados estuvieron los formales, como la memoria y el balance anual y demás, los que fueron respaldados por la unanimidad de miembros allí presentes.
Era evidente, que más allá de un concurso que OPI realizó y que en la reunión se trató como un aviso de que en la noche se entregarían los premios (mejor nota periodística, diagramación, fotografías), no había algo que le diera otra sustancia al evento, más que esas formalidades.
Seguramente lo mejor fue conocer gente que trabaja en el periodismo desde el interior del país, y que, de una forma u otra, está en contacto directo con el pueblo y sus autoridades en forma permanente. Surge entonces la reflexión que juntos tejemos en nuestros papeles, la historia de nuestras comunidades y dejamos un legado documental para la posteridad, como ningún otro medio lo puede hacer. Somos una parte vital de la historia de nuestras comunidades, porque documentamos el paso del tiempo en cada una de ellas.
Quienes integramos OPI nos sentimos representados por los consejos directivos actuantes, porque consideramos que hacen bien las cosas, al igual que sus funcionarios. Sin embargo, su cometido no es demasiado amplio: administra y gestiona la publicidad del Estado y de empresas con alcance nacional y además integra la comisión administradora del Fondo de Fomento con recursos destinados a la prensa del interior, como subvención del gobierno nacional.
Debo decir que estos fondos de fomento provienen de un porcentaje de los impuestos que se cobran a los pasajes aéreos que se expiden en nuestro país, y no de rentas generales y se canalizan a través del Ministerio de Industria.
Entre las tareas que OPI está priorizando en este momento, está la de procurar que el Parlamento vote una ley, ya presentada, que permitirá que los recursos del Estado para propaganda se distribuyan de forma más equitativa. Permitiría que un 30% de los fondos destinados a tal fin se distribuyan entre los medios del interior, y no solamente el 2 o 3% que está llegando ahora.
Sin embargo, a la hora de tratar puntos varios, desde LaOtraVoz planteamos la necesidad de agregar un plus de calidad, como argumento para corregir las distancias.
Es que existe una estructura mental de que las cosas son así (sic), solamente porque es una concepción histórica que separa las aguas, entre un interior pobre y un Montevideo rico.
Somos en el interior los proveedores de recursos y subvencionamos las mejores oportunidades de los montevideanos. Subvencionamos desde nuestra falta de oportunidades, desde nuestros más bajos salarios, desde nuestras dificultades de acceso a la educación y a la cultura, a la infraestructura, etc. Montevideo se luce en el Plata como una ciudad ejemplar, ante la austeridad pobre del interior, heredando la dicotomía capital culta-interior ignorante, de décadas anteriores, de capital desarrollada con el interior proveedor. Una herencia maldita que nunca pudimos superar como sociedad.
En un país tan conservador como el nuestro, la ruptura de las estructuras sociales es difícil, así como crear alternativas culturales nuevas, abrir puertas y comprender que la superación real es mucho más compleja que la simple formulación discursiva de una vida mejor.
Hoy los tres canales más importantes de TV abierta cobran 14.5 millones de dólares anuales, una página completa en El País se paga 20 o 30.000 dólares, y así seguimos.
Sin embargo, por lo menos en Tacuarembó, El País no vende más de cien ejemplares diarios, siendo los medios de prensa escritos en nuestra ciudad (Batoví, Avisador, Tacuarembó Ahora, Palenque Rural, Tacuarembó 2000, Años Dorados y LaOtraVoz), por lejos, los más leídos. Miles nos leen cada semana.
Subsidiar con un pequeño porcentaje a la prensa del interior, no es más que una forma de justificar que es el Estado quien sostiene a los medios capitalinos con millonarios aportes de sus diferentes organismos, permitiendo que éstos subsistan.
Las diferencias son notorias, pero se invisibilizan a través de una demagogia históricamente aceptada. Aunque los números son números. En el interior más de cien mil ejemplares se publican diaria o semanalmente, frente a pocas decenas de miles de la capital. La fuerza que tiene la prensa del interior en cada uno de los pueblos es superior ampliamente a la que representa la capitalina.
Sin embargo, esa subvención encubierta a la «gran prensa», a través de faraónicos pagos por espacios generosos, les permite contratar periodistas universitarios en cada rubro, tener y pagar asesores y hacer investigaciones en forma regular, tener mejores recursos tecnológicos y de infraestructura.
Entonces, no significa que desde el interior nos atrasemos y seamos una prensa de segunda o tercera categoría, sino que la estructura mental de nuestra sociedad está hecha para que no solo sea así, sino para que la aceptemos, hasta inconscientemente.
Sin embargo, existe una resistencia decorosa en cada una de nuestras publicaciones, pero soportamos la hostilidad de esa seudo superioridad capitalina, como un hecho incontrastable.
La pésima distribución de recursos permite que la brecha se acentúe, y se fomenta la idea de que son mejores.
No hace mucho, un semanario montevideano hizo una revista de entrega periódica en la que reflejaba la vida del interior del país. En Tacuarembó hicieron una breve historia del pueblo Los Feos, situado a orillas del Río Negro, donde un puñado de gente está aislado y separado de las rutas nacionales por varios kilómetros.
Previo a realizar la nota, nos pidieron que averiguáramos el porqué de su nombre, y alguna cosa que pudiera ayudarles. Averigüé como pude sobre un lugar que tampoco conozco, y un amigo me dijo que posiblemente se le llamara Los Feos porque en el siglo XIX se dejaban allí a los enfermos de lepra. Esa idea tan descabellada y propia de alguna historia contada por García Márquez, se las trasmití hasta en broma, pero les dije que no era serio, y que estando allí, averiguaran.
Algunas semanas después, cuando leí la nota que habían hecho, no solo tomaban como un folklore la vida de los pobladores, sino que ya incorporaban a un periodista de pueblo que les había asegurado lo de la lepra. En realidad, no solo descontextualizaron la vida del pueblo y su larga historia de pobreza, sino que, sin nombrarme, me ridiculizaron como parte de un texto que intentaba ser gracioso.
Yo imaginé una muchacha montevideana, bonita y conversadora, entrando al bar del pueblo para entrevistar a los parroquianos, provocando nervios y risas entre peones de campo verdaderos, no estereotipados por los paradigmas forzados en las mentes capitalinas. Por eso, le dije a su directora cuando la llamé, que no había mejor manera de destrozar una historia de pueblo, que llegar a él, no entenderlo, y escribir sobre la reacción de su gente tranquila, cuando la propia presencia de la periodista descontextualizaba la vida de la comunidad.
Después que les dije que para ellos el interior era como un gran boliche El Resorte, y que no solo no lo comprendían, sino que, de alguna forma, lo subestimaban, me pidieron disculpas. Creo que entendieron mi punto de vista, pero claro, no estoy seguro. Estas son distancias fabricadas por la historia, de la que vengo hablando.
Por todo esto creo que los medios del interior podríamos tener la posibilidad de unirnos, realmente, en una fuerza que no solo reclame por su prensa, sino que, además, marque presencia en el ejercicio de sus derechos.
Podríamos tener la claridad de saber elevar nuestra voz y hacer sentir nuestros reclamos, como la voz de nuestros pueblos ante la perversidad del sistema, que nos impone estar a la sombra.
Desde nuestros medios podemos cambiar esa realidad, basta que sepamos que no solo estamos unidos por la conveniencia de recursos, sino por una hermandad cultural histórica de orfandad y soledad.

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