una idea de Alfredo Valdez Rodríguez
Suplemento de El Pueblo, creemos en los mapas, diagramas, códigos, juegos de ajedrez, rompecabezas, horarios de trenes, tableros de aeropuertos.
Diego Bengoa
La mañana que fui García Márquez.
Siempre especulé sobre lo que pueden sentir los grandes escritores cuando son perseguidos por su público de lobos esteparios. Una manada cada vez más difusa pues ya ni siquiera todos los leen. Hoy día vale más decir; me saqué una selfie con ese que escribió no recuerdo bien qué libro, a sentir orgullo por conocer sin fisuras alguna obra de ese autor.
Lo cierto es que la invisibilidad es el enemigo a vencer por todo el que quiere que su obra trascienda. Es un poderoso kraken que con sus tentáculos de anonimato, inmoviliza la creación de ciertos seres comunes y silvestres que solo tenemos historias dignas para narrar detrás de la pluma del teclado.
Por ello, el genial Oscar Wilde, en el Retrato de Dorian Gray dibujó con crayolas de eternidad- casi como su personaje- la famosa frase tantas veces plagiada » «Sólo hay una cosa peor en este mundo que el que hablen de uno, y es que no hablen» . Y resulta muy claro que cuando nadie habla de una obra…su destino es la brisa de la inexistencia.
En el trajín de levantar el hiyab del anonimato, cuando daba a conocer mi libro de Cuentos Crónicos, la suerte llamó a mi casa. Gracias a la invitación de un afecto de mi niñez y adolescencia, que hoy maneja un multimedio muy importante, fue que me llamaron para una entrevista en el canal de Montevideo portal.
Por supuesto, fiel a mi estilo, no tenía ni idea de la repercusión que iba a tener la nota. Menos aún cómo debía ir vestido, o cómo sentarme y todas esas cosas conexas con la imagen que siempre ignoré desde mi analfabetismo de urbanidad. La nota se grabó una tarde, y yo seguí tan campante cómo si hubiera estado en un boliche contando a unos amigos de qué se trataba el libro que había escrito.
Y luego, como todos los días, me acosté.
La mañana despertó antes que de costumbre. A las siete del día siguiente al reportaje, mensajes de wasap bombardeaban mi celular y el de mi familia. Felicitaciones por doquier, maremotos de buenas vibras, ondas de amor y paz… en fin, lo que genera un medio que es leído por miles de personas. Yo ya imaginaba alguna veterana de mi barrio diciendo; «Pero éste…qué va a escribir si yo lo conozco desde que era un infanto juvenil y hacía volar los timbres del barrio con bombas brasileras» más otros elogios por el estilo, ganados en buena ley y hasta la eternidad.
Y así fue que la mañana que fui famoso, me paraba la gente en los juzgados para felicitarme, preguntarme cómo y porqué escribía, además de darme recomendaciones y consejos de cómo debía cerrar mis historias, qué géneros debía transitar, qué situaciones tenía que contar y sobre todo cómo hacerlo.
Es que aunque ustedes no lo crean …¡fui García Márquez por cuatro horas! Y desde ese sitial que ocupé sin merecerlo, pude comprender las palabras del escritor Gonzalo Calcedo; «Pasar desapercibido también tiene sus privilegios».
Pero a fuera de ser sincero, ningún aprendiz de la brujería de las letras descartaría el reconocimiento de la gente, lo que sin duda ,cada agraciado elegiría, es el traje del cariño popular que le siente mejor.
Ahora no me conocés
Pelo y barba

La Madriguera presenta
«En el camino» de Jack Kerouac
«Jack fue siempre muy inspirador para mí porque yo era muy joven y buscaba una figura paterna. Jack Kerouac fue una de mis figuras paternas».TW
On the Road («En el camino») de Jack Kerouac es uno de esos libros que uno siempre se recuerda y se recordará leyendo y descubriendo. Ese estallido iniciático. Dónde estaba uno, qué pensaba, qué hacía y -lo más importante- qué quería hacer y ser cuando lo miró o nos miró por primera vez. On the Road es uno de esos libros/llave, que entra y gira y enciende algo que uno ya nunca va a querer apagar. Y Kerouac -quien se definía como «un extraño solitario loco místico católico»- es el cerrajero. El hombre que -en un país que creía sin dudar en el opulento Sueño Americano de la posguerra pero que a la noche gemía y se enredaba en las sábanas de la Pesadilla Atómica- le abrió la puerta a toda una generación para ir a jugar. El Trompetista de Hamelín Be-Bop. El evangelista que predicaba otro Nuevo Testamento y creía en -y aquí viene ese incandescente párrafo que todos subrayamos cuando lo leímos la primera de las muchas veces que lo leeríamos- «los locos, los locos por vivir, los locos por hablar, los locos de ser salvados y deseosos de todo al mismo tiempo, los que nunca bostezan o dicen un lugar común y que arden, arden, arden como fabulosos fuegos artificiales amarillos estallando como arañas atravesando las estrellas, y en el medio, ves como la luz azul en su centro aparece de pronto y todos hacen ahh».
Rodolfo Torres
Caminos de Valencia / uno
Casa Museo de Vicente Blasco Ibanez
El reconstruido chalet del insigne escritor valenciano, Vicente Blasco Ibáñez, enclavado en el incomparable marco de la playa de la Malvarrosa, y convertido hoy en Casa-Museo, alberga sus recuerdos, objetos personales, y obras literarias, habiendo sido determinante para la existencia de este museo el legado de Doña Libertad Blasco-Ibáñez Blasco y Don Fernando Llorca Díe, que constituye el principal fondo museístico del mismo.
Consta de tres plantas (Salón de Actos, Museo y Centro de Investigación) y un amplio jardín, que hace todavía más atractiva la visita, por la sensación de placidez y belleza que trasmite.
La planta baja o Sala I, está primordialmente, dedicada a Salón de Actos, en el que tendrán lugar conferencias, mesas redondas, proyección de películas y exposiciones temporales.
En la primera planta o Sala II está instalado el Museo, propiamente dicho, ya que contiene los retratos y esculturas de Blasco Ibáñez, de su esposa Doña María Blasco, así como de sus hijos y otros familiares muy allegados. Muebles, porcelanas valiosas, miniaturas, colecciones de grabados, documentos, fotografías, objetos tan entrañables (entre muchísimos más) como juegos de tocador, bolsos de fiesta y abanicos de la esposa y la hija de Blasco. Recuerdos de los numerosísimos viajes realizados por el incansable viajero que era Blasco Ibáñez a casi todos los países del mundo, aún a lugares poco frecuentados por lo exóticos e incluso peligrosos para los visitantes.
Hay un espacio dedicado a los muebles procedentes de la redacción del diario El Pueblo, así como otro a todo lo relacionado con Argentina, nación que tanta impresión causó al escritor, incluida su obra Argentina y sus grandezas.
Entre los artistas representados en esta sala se encuentran, José Benlliure, Juan Antonio Benlliure, Ramón Stolz, Ricardo Verde, Cuñat, Segrelles o Antonio Ballester «Tonico»,…
La segunda planta o Sala III está dedicada a Centro de Investigación, con documentos relacionados con la vida de Blasco Ibáñez, manuscritos y, sobre todo, a las numerosas ediciones de sus obras (muchas de ellas Ediciones Príncipe), traducidas a casi todos los idiomas. Cabe destacar, también, las obras de Don Fernando Llorca Díe, director que fue, de la editorial Prometeo.
En la Sección de libros se encuentran obras de autores que influyeron en Blasco, las suyas propias, como ya hemos dicho, y editados por él, y otras resultado de la influencia que el literato ejerció sobre otros autores. Es un Centro dirigido de manera especial, a los estudiosos de la vida y obra del gran Vicente Blasco Ibáñez.( fuente / Ayuntamiento de Valencia.)
Malvarrosa (en valenciano y oficialmente la Malva-rosa) es un barrio obrero de la ciudad de Valencia , perteneciente al distrito de Poblados Maritimos. Está situado al este de la ciudad y limita al norte con el municipio de Alboraya, al este con el mar Mediterráneo, al sur con Cabañal-Cañamelar y Beteró y al oeste con La Carrasca. Su población aproximada es de 16.000 habitantes.
El barrio se denomina así por la planta de igual nombre que antaño poblaba esta zona. De igual manera se denomina su playa de la Malvarrosa, aunque en ocasiones por error o mala información el nombre se extiende también a la demarcación correspondiente a las playas del Cabañal y las Arenas. Su límite norte lo constituye la acequia de Vera, mientras que el sur está delimitado por la avenida de los Naranjos.
Dista a unos siete kilómetros del centro de la ciudad y está y, aunque en origen fue un barrio marinero, no queda nada de aquello. Dispone de un paseo marítimo y junto a la playa se encuentra, restaurada, la que fue casa del novelista Vicente Blasco Ibanez. La playa fue motivo de varias pinturas de Joaquin Sorolla.
Daniel Da Rosa
Serie Mínima
7
Se quitó sus lentes de miope con cierta dificultad. Después se quitó los guantes blancos. Bostezó. Alzó sus hombros como diciendo «¿y a mí qué me importa?». Movió sus bigotes finos y apoyó su mentón en el alto escritorio. Se durmió. Inmediatamente se vio a si mismo corriendo por una inmensa pradera de girasoles. Seguía el vuelo de un cuervo hasta que desapareció tras unos murallones que fueron parte de una vieja casa. Sintió miedo. No quería continuar, de manera que corrió hacia una lengua de agua que serpenteaba al costado de una arboleda que creyó conocerla desde su infancia. Al llegar encontró, bajo un árbol frondoso y fresco, a un niño casi acostado con una pierna cruzando la otra. Parecía dormir bajo el sombrero que le cubría la cabeza. El niño, de pronto, quitándose el sombrero, lo observó y le habló sin mover sus labios. Le dijo que se despertara, qué le iba doler mucho el mentón.
El Maestro Enrique Ilera
Las adversidades
Primero me cortaron la luz y cuando ya me estaba acostumbrando a hacer mis crucigramas en la
calle aprovechando los faroles de las esquinas, vinieron a dejarme sin agua.
Luego hasta llegaron a querer amputarme las uñas de los piés, pero menos mal que las tenía en remojo por ver como ardían las del vecino.
Finalmente me dijeron que debía pagar por mi albergue un alquiler que estaba más allá de mis posibilidades.
Fue así que decidí comenzar a gritar y delirar como un Alienado Evadido con la esperanza que me recapturasen ya que en el Hospital de Alienados Dr. Coro Fodín no hay que pagar nada. Ni siquiera los espejismos.
Pero no lo logré, por lo que al fin ya agotado me fui a sentar al cordón de la vereda donde me multaron por no estar estacionado a la sombra de algún árbol bonachón.

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