El 26 de julio de 2017, el inglés James Lovelock está cumpliendo 98 años. Es doctor en ciencia, meteorólogo y ecólogo, pero en las entrevistas que ha dado aclara que prefiere que se le considere inventor (ha registrado más de 60 patentes). Se destaca el invento que creó hace unos 50 años, el “detector de captura de electrones”. Es tan sensible que se dice que si se derrama un frasco de perfume en Japón a las dos semanas el detector puede identificar sus partículas en la atmósfera de Londres.
Su libro “Homenaje a Gaia”, contiene numerosos pasajes autobiográficos, allí relata cómo en los años 70 observó que en las cercanías de zonas industriales había neblinas que antes no había visto en esos lugares. Las estudió y comprobó que entre otros gases de origen industrial había clorofluorcarbonos (CFC). Luego estudió la presencia de esos gases, en aguas y atmósferas en los océanos. Comenzó por viajar en el Shackleton (años 1971 – 1972), barco equipado con varios laboratorios y en el que viajaban desde Inglaterra a la Antártida científicos de diversas nacionalidades realizando mediciones en las aguas y la atmósfera. Lovelock viajó hasta Montevideo (Uruguay) y retornó a Inglaterra.
Determinó la presencia de clorofluorcarbonados (CFC) en
la atmósfera en diferentes regiones y sus concentraciones, vinculando su presencia así como de otros gases con actividades humanas.
Los CFC son utilizados en aerosoles como propelentes en antisudorales y cremas de afeitar y en la industria del frío (frigoríficos y heladeras). Con otros científicos Lovelock estudió la relación de los CFC y otros gases con los disturbios en la capa de ozono (O3).
Fundamentado en esos trabajos se aprobó el Protocolo de Montreal (año 1987) que es un acuerdo internacional que limita y controla el comercio de sustancias depredadoras de la capa de Ozono.
Su libro está poblado de anécdotas.
A mediados de los años 60, científicos amigos le invitaron a la base de la NASA en EEUU. Allí vio los programas para investigar la posible existencia de vida en otros planetas, por ejemplo en Marte. Lovelock les observó que le parecía que el diseño del programa era como para ver si había vida en el desierto de Nevada. Enterado el director del programa le citó a su escritorio y poco amablemente le pidió que en dos días señalara un programa de actividades de qué debían investigar para detectar la presencia de vida en otro planeta o que se atuviera a consecuencias.
Exigido por las circunstancias desarrolló un análisis de la atmósfera en el que señaló qué condiciones debía tener para sustentar la vida. En resumen señaló que la atmósfera primitiva de los planetas, incluso la Tierra, tiene un alto índice de desorden y que los gases que les constituyen reaccionan muy rápidamente entre sí. En cambio la atmósfera de la Tierra ha permanecido estable durante muy largo tiempo. Y al plantearse qué era lo que determinaba esa estabilidad, concluyó que era la presencia de vida.
Fue a partir de ese razonamiento que desarrolló su “Teoría de Gaia”: “la vida genera las condiciones para que se desarrolle la vida”.
Es interesante la referencia a sus estudios de secundaria pues nunca se adaptó a la regularidad de asistencia ni a deberes domiciliarios. Sus estudios los realizó fundamentalmente en la biblioteca del barrio en Londres a donde le llevó su madre cuando él tenía ocho años. Desde entonces se constituyó en un asiduo lector. A los 18 años estaba realizando investigación de punta.
Siempre me pregunté sobre la organización de bibliotecas públicas en Inglaterra que permitió a este adolescente nutrirse de tantos conocimientos como reflejan sus actividades posteriores.
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